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STELLA 301 ban á mis labios, lo que nos daría esa sere. nidad.

En el acto, como si ya hubiera ella dicho, huyó de él aquella sombra que al recibir su carta le insinuaba el camino de las interpre- taciones: Esperó atento; aquella mujer que tenía delante mirándolo 4 Ja cara, seria, gra- ve, derecha en su asiento, buscando de esas palabras breves y concisas que llegan más rápidas y más directas, tenía que decir aho- ra cuando hablara, cosas graves; serias. .. tal vez terribles,

—Muchas veces me he reprochado, empezó ella 4 decir, el no haber ohedecido á la voz que me aconsejaba confarme 4 usted, Mó- ximo.... Recuerdo las tres veces que esa voz fué más imperiosa y más alta: el día que nos cobijamos de la tormenta en la taperas la mañana del domingo que la familia y Moo- tero almorzaron en le Atalaya, y sobre todo aquella otra mañana que volviendo yo de ca- sa de don Manuel Montana, nos encontramos frente 4 frente en la calle de Maipú

Llamó tanto la atención 4 Máximo que ella no excusara ciertos mombres, que los promunciara claramente y sin vacilaciones, y más, que de igual manera propunciara «volviendo yo de casa de don Sumnel Mon- tana», que su curiosidad creció ¿Por qué no lo hizo entonces? preguntó in otra intención que la de no parecerle ja- diferente.