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da, que yo pretendía combatir en el viejo: tío....? No, padrino de la Perla, mi fe en nuestro amigo es demasiado sólida, para que el soplo de la apariencia pueda disiparla.

Máximo comenzaba 4 sentir la influencia que ejercía siempre sobre él esa voz dulce y plena, con notas más suaves y más profan- das, como si fuera el alma quien la lanzara en los distintos movimientos que hiciera pa- ra sentir, ¡Cómo reconocía esa voz! ¡Cómo reconocía á la Alex del Ombú en su manera de demostrarle que la Angélica aun vivía, que estaba y estaría siempre entre ellos, que la misma muerte no podía impedir que fue- ran todavía «las dos hermanas!

—Sabe usted, Alex, cuánto yo la quería...

No pudo él decir otra cosa, Máximo; si no hubiera sido así, ha- bría sido usted un ingrato... . Ella lo quería con toda la fuerza y el ardor de su alma; de su alma tan ardiente y tan grande que fal- tándole espacio para desplegarse, necesitó remontarse á las alturas!

Comprendiendo que no desplegaba los la- bios porque lo enmudecía el enternecimiento, se detuvo, se levantó, dió unos pasos para serenarse y sentándose prosiguió con voz muy firmes

—Máximo, necesitamos de toda nuestra serenidad; yo, para decir lo que debo decir- le, usted para seguir mis palabras. No son: los recuerdos dulces y dolorosos que asoma