406 STEELA.
Aires, después de depositar 4 Stella en el pe- queño cementerio de campaña, según su her- mano lo deseababa, pero que se había visto precisada 4 trasladarse 4 la ciudad para calmar á la Perla que la llamaba noche y día.
La carta que recibiera de Alex y que tan- ta extrañeza le cansara, no decía sino lo si guiente; :
«Mi amigo: He esperado con impaciencia su regreso, porque necesitaba comunicarle cosas de verdadera importancia. Acabo de saber que usted se encuentra en Buenos Aires ya. Le pido quiera tener la bondad de acu- die 4 mí llamado lo más pronto que le sea posible, y como lo que debo decirle es reser- vado quiera llevar esa bondad hasta moles- tarse en subir á mi salita.
«Su amiga.
ALex.
El la contestó, poniéndose á sus órdenes y anunciando su visita para esa misma noche 4 las ocho y media.
«¿Qué me querrá? pensó. .... Nuevamente sufrió del malestar de aprensión, y se sint pinchar por la lanceta de escorpión de la sonrisa de su hermana Micaela, cuando ha- Día dicho hacía un año: «Máximo es uno de 3us blancos».