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4 STELLA.

las cinco y diez para Buenos Aires, justa- mente media hora después de expirar Stella, había llegado al hotel, y ayudado por va- rias tomas de sulfonal, dormido profunda- mente diez horas. Al despertar, comenzó la lucha encarnizada para destruir sus pesares, y cerrar los ojos de su pensamiento que se abrían muy grandes para mirar lo que esta- ba pasand> en el «Ombús.—No quiso saber- lo; calculó que su Astro suave y adorable, su Princesa de leyenda, la gentil, única Stella, no estaba ya en la tierra, que su hermana se quedaba en la desesperación, y fiel á su viejo sistema, no volvió 4 nombrar y se obli- gó 4 olvi El sábado siguiente, subió al tren que lo conduciría 4 Mendoza, acompañado por Montero y Espinosa, el hijo de su mayordo- mo y Cándido. En el trayecto siguió recha- zando los recuerdos que como un enjambre de mariposas blancas y negras cruzaban su pensamiento. Siempre persistía, sio embar- 30, en ese pensamiento, que él se empeñaba en vaciar, como una Hucecita en el fondo de una caverna, la mirada de aquella niña que un día besó sus labios sellando un pacto, Encontró que la presencia de Montero te- nía para él una doble ventaja; era un com- pañero agradable sin ser alegre, de un tacto exquisito, y le recordaba cosas que le ayn- daban 4 olvidar... Recorrieron Chile y el Perá, siendo agasajados y obsequiados como