STELLA Ed ban un ambiente especial y peligroso, para los que no habían de respirar siempre en él. Queríalos ella sin admirarlos; no conociendo otros, creía que todos los hombres debían seras
Su madre parecíale una crlatura de excep- ción, como eran excepcionales sus ojos, sus cabellos, su color, su gracia de americana, y no entró 4 pensar en lo que podía faltarle, La cuidaba, la acariciaba, la reprendía, cuan- do exponía su salud tan delicada; era la niña fuerte, velando por la niña débil y enfermiza.
Gustavo señalaba á sus compañeros el gra- po encantador, «Presento á ustedes señores, 4 la hija de su hija, con la madre de su mamá».
Así creció. Muy mujer, conservaba la deli- cadeza, el perfume, las debilidades de la mu- jor, sinla pedantería ni los aires pretenciosos con que suele marcar á otras el saber, Arroj ron semillas en su mente: tierra fértil, allí brotaron, eso fué todo,
Había en ella perfecta paturalidad, una do- cilidad que cedía siempre al convencimiento, un modo suave y afable, una amabilidad son- riente; el hábito de la reflexión sin ensimisma- miento, una igualdad de humor inalteralle, espiritualidad expontánea sin ironía mi mor- dacidad jamás; una prontitud brillante y vazde chispa en su réplica, que sorprendía, Decisión en sus actos; en su carácter fir me, que resistía sonriendo detrás de su dul-