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402 STELLA ya, el que desapareció por completo cuando se convencieron de que toda insistencia cer- <a de Máximo sería inútil. Este, vuelto 4 su ironía, cortó con ella toda duda:

—Déjenme alejarme. Iré á buscar para us- tedes un poco de agua del Jordán, y en Ingla- terra estudiaré el perfecto mecanismo de su política, para un libro póstumo.

—¡Per Vio e per la Patria! exclamó Alber- tito extendiendo su cuchillo como la espada de un hugonote.

Una carcajada general saludó su dicho y su gesto, crítica del hermoso movimiento de un momento hacía, y detrás del indiferentis- .mo, como cubren dos nubes grises al juntar- se un pedazo de cielo azul, la noble idea se ocultó

Se servía el café y los licores; se fumaba y se hablaba de mujeres, El sirviente presentó 4 Máximo en una bandeja de plata, una carta en sobre blanco, con un sello pequeño eu lacre negro. La abrió sin apresuramiento y miró la firma: «Alex». Con un gesto de extrañeza la leyó dos veces, pidió recado de escribir, la contestó, y entregó su carta al sirviente que la esperaba.

Máximo había abandonado hacía cuatro meses la Atalaya, con el corazón despedazado,

Cuando advertido por el grito de Albertito «Stella se muere» corrió entonces al Ombú, presenció una de las escenas mas tocantes del drama de Stella,