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STELLA 6

Llegaba al alfaliar, aquel verde tapiz Era noche de luna, de una serenidad lumino- sa; en el cielo había una vida palpitante; las ¡uciérnagas revoloteabansobre el pasto. Su corazón contraído se abrió como la flor de una ternura que había empezado 4 ger- minar en primavera... acababa de oir la voz que había dicho entonces: «¡No los persiga- son los espíritus de la nochel»; de ver una gnirnalda de niños corriendo al rededor de una joven vestida de muselina y coronada de multifor, que le son- reía al gritarle saludándolo con la mano «¿Mis buenos deseos, viejo tí0!... ¡Crea!... ¡Crea en Mahoma, pero crea eu algo!».. Después, volvió 4 verla desde allí, tal cual acababa de dejarla en ese momento, de rodillas, calen- tando en sus manos las manos de su herma na que se helaban; su corazón volvió con- traerse, y como si sobre sus labios se volcara toda la amargura que llevaba dentro, dijo sus palabras más amargas, —reminiscencia de Otras dichas otra vez——con la risa más amar- gamente acerba, y saludando también con su mano el vacío: «¡Sí, linda sobrina... sí, her- mosa Ninfa, sí, joven Driada....¡Creo!... ¡Creo en la verdad de la duda, en la realidad de la nadal»

Miró su reloj: eran las dos. Prendió un ci- garro y siguió andando... De pronto, su caba- Jo dió una espantada y se fué de costado ante una sombra: reconoció la tapera en la