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s0 STELLA sacudía, y contestó con la más perfecta ma- turalidad.

—Hace usted. bien, Máximo. Es un delito que un americano que conoce el mundo, 10 conozca América, y si nose apura, pasará la buena estación. —Viendo reflejarse su imá- -n en el espejo de una jardinera colada frente á ella, prosiguió, sonriendo con me- laucolía y señalándosela:—Mire, viejo tio, allí, ese fin de Otoño que ayer no más era la señorita Primavera. Yavé si pasa pronto la huena estación... Voy á pedirle una cosa: ocultemos su viaje 4 Stella; usted sabe cuánto to quiere, y su ausencia la afectaría, Le dire- mos que se ba ido por unos días á Buenos Aires

Una tentación de abandonar toda idea de viaje lo asaltó; sintió un agudo dolor pensan- do en la Angélica, como solía llamarla, que Jo quería hasta necesitar que se le ocultase su ausencia. Estuvo decidido. ... ¿Por qué 1o lo hizo?..... Por esas mil razones mezquí nas é irrisorias comparadas con otras pode- Tosas y supremas, y que, como si el mecanismo de la balanza en que medimos unas y otras aubiera sido descompuesto por la suerte, son ¿llas las que pesan.

A las doce se sentaba la familia Maura. Montero, y Rafael Palacios, llegado esa ma- ñana con Alberto, á la mesa de Máximo, espléadidamente puesta y espléndidamente servida.