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STELLA 409 sacudidas al principio, hasta ser tranquilo y silencioso... Él, conmovido hasta el alma se acercó, del mismo modo que ella lo había hecho con él, aligerá su mano para ponerla sobre esa rubia cabeza dolorosa. y con pala- bras de esperanza y de aliento la comsoló. ¿Por qué en ese instante algo no reveló, algo no habló á ese hombre de lo que pasaba en el alma de esa mujez?. ... De estos silencios está lleno el destino.

Se dirigieron al cuarto de Stella; antes de entrar oyeron que cantaba con su voz dulef- sima una canción de nodriza: «Arrorró mi miño—arrorró mi sol—arrorró pedazo—de mi corazón. »—Y cuando la vieron desde la puerta, hizo, poniendo su dedo en la boca, un gesto muy expresivo de silencio, y seña- 16 al recien nacido de Carmencita que hacía ella dormiren su regazo,

Máximo, quese retiraba, dijo 4 Alex, en el corredor, antes de despedirse:

—Sabe, sobrina, que me voy el juevesá Chile. Ya van siendo ridículos mis repetidos conatos de viaje sudamericano.

Se miraron en los ojos, silenciosos, largo tiempo, sin darse cuenta uno y otro del por- qué. ... Se miraron, pero no el tiempo suf- ciente para que los ojos penetraran hasta el pensamiento, oculto detrás de la frente mar- flina de ella, de la frente bronceada de él... Pareció que iba ella 4 pedir algo... tuvo un movimiento de cabeza que la levantaba y la