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408 STELLA

—Gracias, don Máximo; es usted un ger tleman por dentro y por fuera.

Un cuarto de hora después, Máximo llega- ba alOmbá, como lo hacía todas las maña- nas desde la enfermedad de Stella, Acostum- braba á entrar por el fondo. Cuando estuvo en el corredor, golpeó las manos, y viendo que nadie venía, se paró en la vereda, enel mismo sitio desde donde aquella «hermosa mañana» Alex le arrojaba con su gracia in- comparable sus serpentinas; y frente al agua- ribay, desde donde él le enviara las suyas com los ojos entornados, bebiendo lentamente el embeleso que le producía su frescura y la ciencia de sus movimientos. Su visión lo ale- jaba del presente y lo conducía muy cerca del enternecimiento. . .. Lo distrajo el ruido que hacían los vasos de un caballo golpeando el suelo; miró en esa dirección, su izquierda, y la vió de espaldas á treinta metros de dis- tancia, en el comienzo de la avenida de pa- raísos, donde la había El lastimado, y 4 Montero, esbelto y elegante-en su traje de montar de pana gris acero, gorra, polainas, y su látigo, de pie frente 4 ella, teniendo de la rienda «el alazán», que la escuchaba con la cabeza un poco baja... Le pareció más indiscreto retirarse que permanecer allí do- minando la escena, y se quedó, resignado á un rol que encontraba ridículo. ... Montero habló 4 su vez con ese aire reposado que te-

Xa, se quitó después la gorra é inclinóne muy