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sn STELLA

—Tiene usted razón, miss Mary ... esa pobre joven ha tenido demasiadas conmo- ciones, repitió Máximo; y sien ese momento hubiera entrado la pobre joven, habría visto en la expresión de esa fisonomía, y en la iro- nía amarga, que de vuelta ya, se imprimía en esa boca, que empezaban á desplomarse «ns leccion:s.

Alex se excusó de sentarse 4 la mesa. La comida fué alegre. Ana María lo animaba todo, más contenta que nunca por estar cer- ca de su prima, y esperar 4 su novio que vendría el domingo con Alberto. Isabel, muy buena moza, llevaba un vestido celeste —el «color sentador» de misia Carmen—y un ramo de rosas en el pecho, Montero mos tróse amable, galante, jovial, conversador, y se retiró 4 las once de la noche con Máxi: mo, quien antes invitó 4 la familia 4 almor- zar al día siguiente, domingo, en la Atalaya.

Una vez en su dormitorio, Montero se sacó la careta; un rostro duro y ceñudo apareció. Tuvo un gesto de desafío... reflexionó . hizo su plan.

Máximo en el suyo, antes de dormirse pen- «6, que las rosas que llevaba Isabel en su cin- tura-durantela comida eran iguales 4 lan que llevaba Alex el domingo anterior. «Tal vez son dela misma planta» se dijo, y esto lo condujo á pensar enla instabilidad de las co- sas bumanas, en la ironía de la suerte; en ese edificio sin cimientos levantado sobre arena