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peligro, y esperaba al día siguiente, sábado, 4 Montero, que sería su huésped dos dí
Misia Carmen, Dolores y sus hijas llenaban de halagos y caricias 4 la enfermita, cuya primera palabra había sido como siempre una dulzura amable:
¡Abuelita!..... hubiera deseado tanto le- vantarrie para recibirlas, pero todavía no me lo permiten.
El día estaba lluvioso. Fueron reuniéndose en su cuarto, grandes y chicos, y se hizo allí el centro de la reunión. Máximo pasó la tar- de jugando con ella y con los otros, armando el teatro detíteres, haciendo funcionar el ci nematógrafo y caminar á todos los juguetes con cuerda.
Si hubieran visto á Alex el domingo ante- rior, deslumbrante de hermosura, espíritu y alegría, habrían sentido tal vez despertar sus malos sentimientos en su contra, € [sa- bel perdido un poco de su confianza en Mon- tero y en sí misma. Pero no todas saben que los hombres suelen mirar 4 la mujer tambien por dentro, y ellas, al tener delante de sí £ Alex desfigurada, penetrada deuna pena quele quitaba toda su belleza, y una expresión de gravedad que la hacía menos joven, perdieron todo cuidado, les inspiró tan sólo una profunda compasión, y quisie- ron mostrársele solícitas y obsequiosas. Ella ni rechazaba ni aceptaba; su espíritu conti nuaba en una extremada tensión, en acecho