STELLA sor carruajes y los caballos, al breack viejo de la estación, y al cruzar el comedor oyó la voz de un hombre que hablaba bajo en la sala vecina, Creyendo que fuera el médico, detú- vose 4 escuchar, pero en Ingar de esa voz oyó la de Alex que se levantaba airada para decir:
—No era eso lo pactado; faltas A ta pala- bra, ¡Tu compromiso conmigo era un com: promiso de honor!
Al oir que Alex trataba de tu á su interlo- sutor, su educación y su altivez le impusieron alejarse. No lo hizo tan pronto que no lo alcanzara la respuesta:
—¡Qué quieres, hija, cuando se está entre dos compromisos y no se puede carmplir más que uno, hay que abolir el otro!
Máximo reconoció la voz de Enrique:
—¡Por Dios, Enrique, no me dejes en esta ansiedad! exclamó Alex, alzando más aún la voz, en la que había súplica € indignación.
Entró Máximo al cuarto de Stella, desde donde sintió el ruido dela portezuela del ca- rricoche al cerrarla Enrique, quien iba á al- canzar el tren de las once para Buenos Aires. Acarició á la niña y se volvió á su casa,
A la nocbe estuvo nuevamente en el Ombáú para saludará la familia; en el curso de la conversación dijo que había resuelto realizar su proyectado viaje 4 Chile, que el médico en- cuntraba que por el momento Stella no corría
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