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STELLA 308

detrás de las retamas. «Adiós, mascarita. decían... Adiós, ché, recuerdos 4 Rosita» Carcajada estúpidas otra vez, y luego, una de esas voces que se alejaban: «Bueno, has- ta mañana en el baile del viejo Jacinto... Mañana tampoco se trabaja: es carnaval»

Eran unas máscaras, tal vez sus mismos peones, quese retiraban de una festa.

Máximo llegó con esto al más alto grado de nerviosidad, y apretóse de nuevo la cabeza con sus manos.

El largo corredor alumbrado solament por una lámpara, permanecía á media luz. Pasó uu tiempo, hasta que vió aparecer en un extremo, allá, una sombra blanca, que se deslizaba. Reconoció á Alejandra.

Eugenia le había soltado el cabello hume- decido, para que el aire lo sesara. Al verla avanzar en la penumbra, con sus cabellos rubios sueltos, la palidez que le producían la profunda conmoción y la pérdida de sangre, cierto extravío en la mirada de sus ojos agrandados, envuelta en los blancos pliegues de su batón flotante, se le representó aquella otra víctima ideal de la duda ajena: la dulce Olelia.

Acercóse á Él; mudos permanecieron los dos mucho tiempo... . «Alex», quiscél decir; no pudo. Tenía seca la boca y apretada la garganta. ... «Yo soy el autor de desgracias irreparables» era lo único que se le ocurría, para el' caso en que hubiera podido hablas.