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STELLA se

sueño, recostó su cabeza en Máximo, que de seaba alejarla sin atreverse á violentarla.

—¡Ahl..... exclamó de repente: «Ta, ta... ta... como el reloj de Albertito

Había sentido el de Máximo, que marca- ba implacablemente las horas: las de la lo minosa mañana venturosa, las de la negra noche.

¡Musió la mano al bolsillo, sacó de él su tico cronómetro infalible, y púsolo en el vído de la niña, la que sintiendo más fuerte «u latido se puso á saltar.

—Toma, le dijo él entregándoselo y em- pujándola hacia las piezas, anda, muéstral- este chiche á tos hermanitos. .. y juega allá lejos con ellos.

Puso sus codos sobre la mesa, sostenien- do su cabeza con sus dos manos y perma- neció largo tiempo mirando 4 su frente la obscuridad de esa noche nublada, olvidado allí 6l también como los niños.

Reinaba un gran silencio. ... Empezó al mucho tiempo á recordar minuto por minu» to de ese día, que era ayer ya, y que des- pués de años y años continuaría siempre ioven en la memoria: al que nadie podría quitarle el nombre con que había sido bau tizado por Alex, y confirmado por él: «Her- mosa mañana», Recordó su despertar, que hiciera jovial el anuncio de su criado: «Señor, es carnaval» y de pronto, esas palabras re- petidas veinte veces en sus oídos, tomaron

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