STELLA ES queño estremecimiento y no lo miró: adivina- ba que sus ojos tenían la expresión que aquel día les dió el verso del barquero.
¡Señor don Máximo viva! ponga atención y repare oirá como se lamenta entre prisiones un ave.
Con un aplauso y una carcajada unánime se acogió esta cuarteta, que Miguelito vestido de gancho, cubierta su cara traviesa y fina por una barba postiza y una enorme guita- rra cantaba sentado en el suelo, imitando á la perfección á los cantores de la Atalaya.
Sin esperar á que terminara la ovación con- tinuó:
¡Doña Alejandra que viva! cogoyo de pensamiento, pues un día como el de hoy fué su feliz nacimiento.
La atención del público saltó más lejos: se oían unos gritos y carcajadas del lado de las cocinas y se divisaba una escena parecida á la del rancho. Las sirvientas, la tambera y la mujer del capataz jugaban á baldes de agua con los peones y Cándido, que había. venido 4 traer las flores y el champagne.
—En mi tierra sedice que es en el fondo de la copa que está la suerte, dijo Alex 4 Máxi- mo, y como es carnaval... Y arrojó sobre ma ».