STELLA lo al caer; las voces atipladas de las másca- ras, los cantos de la comparsa, el ruido de sus tambores, el sonido de sus cornetas; el mur- mullo de los árboles, la luz, la radiante Inz de ese esplendoroso Domingo de Marzo, ha- cían un cuadro que los pocos que lo vieron no deberían olvidar jamás!
Máximo, deslumbrados los ojos y contenta el alma, parado debajo del aguaribay juga- ba como los chicos, y mostrábase de una tor- peza sin igual para conocer las máscaras.
—¿Ché, Máximo, cómo te va?. .
—Muy bien, mascarita. .... Me parece co- nocerte: llegas en secreto de Mar del Plata y te llamas Ana María.
—Cree que soy Ana María, dijo la Perla en un murmullo, conteniendo la risa, á su com- pañero.
—No, Quiroz, soy mucho más vieja que ella,
—¡Ah! Entonces serás la señora Cornelia Martinez. .... ¿Y aquella Estrella que va en su carro con su diadema dorada?
—Es la Reina de la noche, y su compañera es una pastora... de otro país que no me acuerdo... . ¿Con que hoy había sido tu santo, Quiroz?
Y á este recuerdo todas las máscaras y to- daslas damas de los coches le gritaban á una voz: «Felices días, Quiroz» arrojándole sus Mores.
—¡Ah, padrino! dame un peso para man-