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STELLA 360


solferiuo; desde lejos se sentía el perfumado aliento de las madreselvas.

Las mauzanillas blancas iguales á marga- ritas, el «ojo de gato», la «cola de leóm> y el «cebollín» esmaltaban los campos con la «azucena del bosque», la «varita de San José», la «verbena» y el rosado evinagrillo». A la derecha, ya cerca del camino, las hojas grises y los pompones lila de las matas de cardo, y el verde fresco de la cieuta que Aorecía su veneno al sol.

La tierra toda era una sonrisa que subía; el cielo una suave mirada azul que bajaba sobre ella.

Alex extendida sobre el pasto, tenía por almohada sus brazos cruzados; cerraba los ojos y los entreabría luego para acariciar el paisaje. No pensaba; vivía y dejábase vi- vir, dominada por un indolente bienestar, por una pereza voluptuosa; voluptuosidad parecida á la embriaguez.

Máximo llegaba; divisó á los niños que jugaban alejados, los que no lo vieron porque estaban muy afanados en un gran trabajo, Los varones eran en ese momento una cua- drilla de peones, que las niñas, elas señoras», habían contratado para formarles un parque,

Abrían pozos con sus azadas y sus palas de juguete y plantaban gajos de árbol; ellas abusaban de su autoridad de patronas mo- mentáneas, dándoles órdenes con voz de mando.