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38 STELLA dobladas, los manjares á medio probar, las copas á medio vaciar; y recostadosen la ba- randa sobresaliente sobre el parque, Máximo, y Alejandra que rzordía un tamito de laurel. En la del centro, sólo Stella en el banco dle mármol, destacando su cabeza de las hojas de vid que enguirualdaban el pedestal, sobre «1 cual bailaba un fauno tocando la fanta. Un libro era el tercer obsequio. Máximo abrió la primera página y leyó su título: «Pensamientos delas noches árticas. A mi hija Alejandra». Corrió después rápido su mirada hasta las palabras manuscritas que reía enla misma página: «La hija de Gusta- vo Fussller, al hijo de Ezequiel Quiróz». La letra de Alex clara, larga, fina, expre- siva, suelta, elegante, le recordó su mano. A seis cuadras del Ombá, engarzado como un diamante largo y estrecho entre dos lo- mas suaves del color delas esmeraldas, corría el arroyo. Sus aguas límpidas, dejaban ver las piedras de su lecho, y reflejaban el verde y el azul. Inmensos sauces lloraban lánguidos en sus orillas; altos, finos, rígidos, mástiles reverdecidos, sobresalían de entre ellos los álamos de las islas, y de las ramas de los ccibos, traídos hasta allí por don Ezequiel, pendían, semejantes á colmillos de coral col- gados al revés, sus flores rojas. A los tron- cos se trepaban las campanillas violetas y