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desmayo, al encontrarse otra vez en su ele- mento, en un movimiento de expausión d chosa zambullitse en el mar!

—¿En qué piensa usted, sobrina? preguntó Máximo á Alex que tenía los ojos fijos en su hermana.

—Miraba á Stella, contestó; admiraba el cambio favorable operado en ella desde nues- tra venida, y pensaba: ¡Cuántos pobres ni- ños se verán privados del aire saludable del mar!

La vuelta fué de una bulliciosa alegr Alex, Máximo, los niños, el barquero, todos estaban contentos, y así llegaron á la playa que bañaban las olas.

Habían resuelto que regresarían 4 la casa ie. El cochecito de Stella la esperaba, Máximo la colocó en él y apartándose de los demás tuvo una conferencia con ella 4 solas.

Alex y los niños caminaban despacio espe- rando que Máximo y Stella los alcanzaran.

La niña hiza señas al barquero de acercar- se y le dijo sonriéndole:

—San Pedro, como usted no tiene barca, yo le regalo esta mia, que mi padrino hizo traer de Buenos Aires para mi y para mis primitos. Alguna vez nos llévará usted á dar'ua paseo en ella sobre el mar; nos enseña” rá leyeudas, y nos cantará canciones.

El pecho del barquero, en el que se aglome- raba la emoción, se levantaba. Sus ojos se hamedecían y todas las manifestaciones, en