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sreLLA ese amigo mío, al decir pequeñas causas, pensaba que para una mujer que olvida, hay diez que no saben olvidar; que no es razona- ble, pues, renegar de las diez, por haber te; do la mala suerte de caer en la «una.

—Acabo de darle la prueba de mayor con- fanza € interós que puedo yo dar, Alex, al volver mi cabeza hacia el pasado, dijo él, que deseaba demasiado conocer el de la joven para deteuerse 4 discutir lo que no había dis- cutido ni consigo mismo. Es tiempo, pues, que lo retribuya.

—Sí, Máximo, voy ú cumplir mi promesa, sin violencia; le he dicho que no huyo del re- cuerdo, ni le temo. .... ¡Mi Idilio es tan senci- lo, tan luminoso y tan triste!...

Permaneció un momento pensativa; luego empezó con su voz pura y plena:

—En Enropa tenía yo la ocasión de tratar 4 muchos hombres distinguidos, algunos de los cualesme distinguieron. Encontraba agra- dables sus homenajes, sin llegar á preferir 4 ninguno. En San Petersburgo, donde reside el cuñado de papá, representanteYde su país cerca del Zar, conocí 4 Federico Livanofí, hijo de un general ruso de gran influencia en la corte, y de una española hermosísima, que parecía su hermana, la que me tomó un gran cariño. Tenía él treinta y cuatro años; en su físico se entreveía una salud delicada, Sin poseer lo que propiamente se llama belleza, era una figura muy interesante, Alto, muy

—xNo,








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