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STELLA —* ss ted ofrecería, Máximo, el alma femenina de los grandes alientos, de los grandes amores» de las grandes abnegaciones.

Siesta conversación hubiera tenido lugar en Buenos Aires, en casa de sus hermanas ó en un salón de festa, en el ambiente aquel hostil para la joven, habría tomado en el acto un giro ligero y jovial; habría saltado bri- lante el esprit, que manejaban los dos como su propioidioma. Y allí donde se la juzguba hábil y coqueta, habríala él seguido creyen. do hábil y coqueta, y no se hubiera librado de la sospecha de una «insinuación».

¡Qué lejos estaban esos días!

Pensaba él ahora, que el alma delos gran- des alientos no podía ser otra que la de aquella Alejandra que se le revelara delante del retrato de su padre, seria y melancólica, ó cantando risueña en el alfalfar. Que la de las grandes abnegaciones no podía ser otra sino la de aquella Alejandra del rancho de pa- ja; la de Alex, la hermana de Stella, *

Y en vez de sospechar insinuaciones, sos- pechaba una altivez que ignorara en la ciu- dad; que había entrevisto recién bajo los Arboles.

Algo de indefinido y de intangible, como decía ella ser la dicha, flotaba dentro de sí mismo; algo extraño, exótico, que no podía combatir, posque no se combate con lo des- conocido,

Sentíase nuevamente subyugado por la