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ES STELLA tarlas directamente y sin ambigiedades, Porque lo que deseaba, era tener su pensar miento palpitante y desnudo, en el que había empezado él á deslizarse suavemente. —Así se deslizaba suave sobre las aguas la barca que los conducía, la que pronto iba á penetrar 4 lo más hondo.—Porque en sus palabras no buscaba el sentido que otros les habían im- puesto, sin) el sentido muevo que parecía darles, al fitrarlas, esa mente.

Llegó su respuesta:

—¡ Oh ! sería definir lo indefinible.... ¿No sabe usted, sabio discípulo, que la dicha no tiene forma ?

—¿ Para qué tiene usted entonces esa ima- ginación, con más pedrerías que los cofres del Gran Turco?......Veamos:¿ cómo se la ima- gina usted ?

—No le imagino; la siento dentro de mí, aun sin poseerla, como la sentimos todos: co- 1mo una suprema aspiración que nace y mue- re con nosotros,

—Y si el viejo amigo de Stella, el nuevo amigo de Alex, le pidiera como un mendigo, como un hambriento, que diera forma para él á esa dicha y se la ofreciese, ¿qué le ofre- cería usted ?

Con una gran seguridad le contestó.

El alma amante de una mujer!

Él estiró su cabeza y la miró más de cerca,

—Sí: amplia, fina, suave y firme; dulce, apasionada, dominadora y sumisa....Á us