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sobrina. ... Mientras tanto, charlemos ua po- so nosotros; vamos mudos como dos pes




cados, dijo Máximo aproximándose 4 la jo- ven, Conversaron. De la indolencia, 4 la que


Alex llamaba delito sin fruto y sin remor- dimiento, lo que provocaba la carcajada sonora de Máximo; de arte, de preferencias, de viajes. Entraron luego á cosas más ínti- mas, Habló él de ambiciones, ideales y ensue- ños de su juventud, corola ardiente que se agostó temprano; de ídolos caídos; de todos aquellos desvanecimientos y reacciones, de todos aquellos esfuerzos. . .. De su abstención al dejar. recién la lucha, de decepciones, dle repugnancias, de tedios; y por fin, cayendo sobre todo eso como un sueño de plomo, la indiferencia.

lo necesito más para saber que no es usted feliz, Máximo, dijole ella. Ayer, cuan- do me consultaba: « ¿Para qué me servir mi voluntad? » le respondí; « Para concen- trarla en un solo ña ». Ahí tiene usted ese fin: encontrar la dicha,

—¿ Puedo pedir á mi maestra que me defi- na esa dicha?

Máximo sentíase empujado á hacer la pre- gunta, no por la idea de que se le indicara la dirección de la quimera, sino única y exclusi- vamente por el goce de oirla y verla decir, Hacíale siempre preguntas breves y coucisas, mirándola á los ojos, para obligarla á contes-