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de la orilla, Había olas ahora; pequeñas olas que se cruzaban y se abrazaban sin gritar, que no tenían lamentos ni gestos desconsola- dos todavía.

Máximo volvió de su abstracción, y miró á Alex como ella lo hiciera con €l un momento antes. Percibió que sus ojos seguían los movi- mientos del agua que cubría su mano sín ocultarla, como un velo verde que transpa- tentara una rosa; pero comprendía que sus ojos bajos miraban á lo alto. El reflejo'de un inmenso cansancio moral, de uma profunda melancolía aparecía en su semblante.

En ese justante, supo más de ella, que en los dos años transcurridos desde su presenta- ción en el hall de la casa de Maura. Y una gran pena siutió: acababa de convencerse que

enla alegría de Alejandra había muclta vo. Tuntad.

Levantó ella los ojos y se miraron. Él apo- yó ahí, en ese azul los suyos, y se sonrieron.

Una gran animación reinaba en la proa. El barquero contaba 4 sus nuevos amigos se- cretos del fondo del mar: sus bancos de co- rales, sus grutas de cristal; la historia de sus Ondinas, los cantos de sus Sirenas, la forma de sus Tritones.

—Mi papá es navegante como usted, di Stella, que también tenía su secreto, —ella y sus primitos creían al barquero una espe- cie de almirante. —No ha vuelto, porque ha ido muy lejos él; ha ido hasta el polo Artico