STELLA ES que era de una palidez mate igual € inaltera- ble, nacía libre de la camisa blanda de seda. 3us manos cuadradas, tenían expresión im- paciente; la expresión voluntariosa de todo su ser, del que emanaba una fuerza tranquila, segura de sí misma.
Alex tenía delante ahora, lo que Máx era. Una de esas naturalezas raras, presti- giosas, que se imponen por simpatía; cuya presencia anima, persuade, arrastra y sub- yuga sólo con quererlo, porque han nacido con el privilegio de conmover á los otros.
Una aube pasó por sus ojos, que pestañea- ron más ligero, como un corazón que multi: plicara sus latidos por un recuerdo, ó una emoción. ... los entornó.... volvió á abric- los bañados de una grau suavidad tierna. «¿Qué piensa para transformarse así?» pre- guntóse la joven que lo seguía. «No lo sabré jamás; pero sísé ya ahora, que tiene dulce el corazón, 4 pesar de la amarga ironía, de la triste burla de sus palabras».
Entró nuevamente en ella un deseo persu- sivo de confiarse á él. No lo hizo sin embar- go. Quería hacerlo: ¿lo podía?
Se sumergió ella también en sus pensamien- tos. Su mano cayó fuera de la barca, y al contacto deesa agua gruesa y salada, recor- dó otros tiempos y otros mares; otros cielos y otras personas amadas.
A medida que entraban más adentro, el mar se rizaba; no eran ya las aguas lacias