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La rabia playa secábase al sol. El sol do- raba el mar; el dulce, el bravo mar Atlántico.

Dulce él hoy, mecía maternalmente, como á una cuna, la barca toda blanca que espera ba en la orilla,

El barquero que reposaba en su fondo, saltó á tierra al divisar el carruaje que se ha- bía detenido 4 la distancia, y del que bajaban Máximo, y sus invitados á la pesca, «exacta- mente igual 4 la del buen Jesús».

Un momento después, la barca se deslizaba suavemente sobre las aguas transparentes y pacíficas.

Al principio los niños sintieron cierto re- celo, que se manifestaba en su quietud y en su silencio, mas luego, todo él desapareció.

Stella, cómodamente colocada por Máximo en el sitio mejor, al rato narraba sus leyen- das y pedía al barquero las suyas, que los demás escuchaban maravillados.

Alex, que permanecía callada, vió en el otro extremo parado 4 Máximo. Había puesto un