298 STELLA
—Disculpe, señor, pero no tengo vela, dijo Ja rauchacha.
Esta sola palabra reveló al hombre afortu- nado, la miseria en toda su desnudez. ¡Esta sola palabra reveló al heredero de millones, al poseedor de arcas opulentas dignas del Sultán, que allí, en su propio campo, á las puertas de su mansión señorial, reinaba la miseria eu su más espantosa realidad!
Alex salió de la especie de letargo interior en que se encontraba, y recién los dos pensa- ron y sintieron toda la generosidad, toda la nobleza y valentía de la pobre criatura, bajo cuyo techo de paja se cobijaban.
Antes de subir al carruaje, una hora des pués, Alex, con el alma en los labios, besó al niño y estrechó las manos de la madre. Má- ximo dijo:
—Tu niño no tiene nombre, Llamémosle Alejandro: yo seré su padrino.
—¿X por qué no más bien Máximo? pregun- 16 Alex.
—Alejandro Máximo, entonces, dijo la madre,
—Sea, dijo él riendo. No puedes calcular, tá, muchacha, el peso del nombre que acabas de dar á tu hijo,
Con la preocupación del estado en que te- mían encontar á Stella y álos otros, llegaron al Ombú. Desde lejos oyeron sus voces unidas en una loca carcajada, y al entrar á la sala, vieron una escena singular, Todos ellos, re-