STELLA 387 razonan; que á pesar de su intensidad mo continúan...
Al rato les pareció oir el ladrido de un pe- rrito; el ladrido se repetía más cerca y más lejos, como si el perro corriera alejándose y vieudo, hasta que sintieron la respiración jadeante del anima), ahí, á sus pies, y al mis- mo tiempo una voz de mujer que apagaba el viento,
—Señor, niña, soy Rosa, decía esa voz; me imaginé quese habrían amparado en la tape- ra, pues no podían haber tenido tiempo de adelantar más camino cuando empezó la tor- menta, He tardado en llegar, porque traía de frente el viento y el agua, Señor, aquí le traigo la manta que estaba en su cabailo, y mi col- cha para la niña.
—Dios te lo pague, hija, díjole Máximo, en- volviendo á Alex en su manta, la que en su euervamiento, dejábalo hacer,
—Sigame, señor, volvió á decir la mucha- cha; mo se desvíen de la senda que yo llevo porque hay muchos pozos. Ahora iremos muy ligero porque el viento nos empuja.
Rosa volvió á tomar el senderode su rancho, precedida de su cuzco y seguida de Máximo que conducía del brazo á Alejandra, cuyos vestidos mojados le pesaban, golpeándola 4 cada paso... Por fin llegaron. El rancho permanecía en la obscuridad, de la que salía el llanto del níño, que su madre dejara solo alir en su auxilio.