STELLA ES mueva, Alex!» le gritó, y tomó fuerte su bra- 20. En ese momento agradeció al azar que lo había llevado á pasar por el rancho, de vuel- ta de visitar á un viejo peón de su padre, que estaba enfermo, ¡Sin eso, Alex estaría sola ahora!
Por fo divisó una tapera agonizante, y arrastró hasta allíá su compañera.
Ella cerró los ojos, Él miraba el horizonte siniestro, impreciso, envuelto en brumas, que los relámpagos incendiaban, y alcanzaba 4 ver sus grandes árboles, sacudidos por el viento, inclinar sus cabezas hasta tierra; y más lejos, destacándose, una fla de álamos, que parecían una legión de sombras fugi- tivas.
Comenzó á caer la lluvia; gotas chatas, pe- sadas, distanciadas primero, más seguidas después, hasta que las nubes se rasgaron, y un torrente inundó el suelo. En un segundo estuvieron empapados. Máximo echó su saco sobre las espaldas de Alex, que sus manos palparon mórbidas y heladas, estremecidas bajo la finísima batista de su blusa.
—Sea valiente, sobrina, está con el viejo tío, díjole, apenado por ella y colérico con su propia impotencia.
Alex, penetrada de humedad y de frío, ex- perimentaba un malestar físico que no podía vencer; el viejo tío notó que lloraba con pe- queños sollozos sacudidos, como los niños que tienen miedo. Él se estorzaba por parecer des-