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392 STELLA

—Voy á buscarle el mio.

—Le agradezco, Máximo, pero mientras lo atan y llega, será muy tarde... .. Bueno, Rosa, ad

— ¡Vuelva! pidióle la muchacha con una buena sonrisa de reconocimiento, y una mi- rada de sumisión.

—Sí, mi pobrecita, le contestó en voz baja, lejos de M..ximo, que se mantenía á distancia. Pasado mañana volveré y le traeré su tarea. Valor y paciencia; somos muy jóvenes para desesperar. La vida es larga y muy cam- biante. .. ¡Oh! ¡si es cambiante la vida! aña- dió, más ya para sí misma.

Besó al niño y caminó en dirección al +Ombús seguida de Máximo, que abandona- ba su caballo. A cierta distancia se dió vuel- ta, y vió 4 la jovca madre que la miraba ale- jarse desde la puerta de su rancho.

Para alentarla la saludó sacudiendo une rama del sauce que había cortado al pasar, Rosa le contestó, sacudiendo 4 su vez las manos de su hijito que tenía en los brazos. Mientras lo hacía, corrían por sus mejillas 14- grimas dulces de gratitud; de las que sólo brotan de un corazón que la desgracia ha he- rido sin pervertir.

Alex refirió 4 Máximo sus desventuras, ca- llando nombres que quería reservar.

¡Ah! qué lejos estaba él de sus sospeehas in- juriosas de la ciudad! No era únicamente el irresistible ascendiente de la joven el que ha-