38 STELLA níficos ojos, acariciaba con su pequeña mano la dulce fuente de vida que saciaba su ham- bre y su sed; la madre le sonreía por primera vez desde que viniera al mundo,
El espíritu artista de Alejandra, que no dormía wmunca, recordó ante ese cuadro, 4 las Fornarinas de Rafael disfrazadas de Ma- donnas. «¡La Madre del Amor Hermoso!» di- jo, hesando al niño, obscuro y lustroso como el hijo de un gitano.
¡Verdadera Caridad la que consuela y auxi- lia sin humillar, ni en la miseria xi en la falta!
—El coche no viene y son las cineo, agregó, mirando su reloj del tamaño de una avellana, con el monograma de su madre,
—¿X está segura, niña, que vendrá? Son tan embrollones los cocheros... .. ¡Si ba ido 4 tomar la copa á la pulpería, adiós!
—Dolores le recomendó mucho que viniera 4 buscarme; le ha dado propina y pagado con anticipación.
— Entonces tenga por cierto, niña, que mo lo hará, dijo Rosa, con una risita que se bur- laba de la poca malicia de su protectora.
— ¿Quedamos convenidas que trabajará un poco para mí, Rosa?
—Plancho muy mal, viña, y el agua de po- zo no blanquea la ropa, pero si usted lo quiere...
—Siempre lo hará mejor que nuestra actual lavandera, Tendrá también la ropa de Euge- nía, wua buenísima señora que vive con nos-