STELLA 397 como hacer el movimiento simple y natural de la juano que se extiende para lerantar al caído en tierra.
Por eso iba á ella, sin vacilaciones ni violen- cia la muchacha impulsiva que ahora le per- tenecía, y en la que veía cambiarse la expre. sión arisea del primer momento, en otra sumisa de dulce confianza,
Enseñándola á luchar, á valerse de sus ma- nos para vencer la necesidad, la libraba del riesgo único á que la creía expuesta: el de una nueva caída, que llevara 4 rodar, rodar, su pobre vida, Lo que iguoraban los viejos sa- bíalo la joven: que el «pecado sin perdón» ya estaba lejos.
Un ser así, podía haber atentado contra su propia existencia, en ese primer momento de cólera ofuscadora hasta la locura, que anula todo lo que no sea la necesidad imperiosa de destrucción, el impulso ciego de la venganza; y que quien la siente, en su impotencia, vúel- ve el arma contra sí mismo. Pero ahora el momento había pasado, y esa mente era de- masiado simple para concebir lo que otros van á buscar en igual caso: el reposo cn la muerte,
El niño despertó llorando y la madre lo tomó en sus brazos. No se calmaba, y el llanto se hacía convulsivo. Sentóse entonces en una silla desfondada, y puso en sus labios el fruto fresco, turgente y jugoso de su seno. El niño se calmó, y cerrando con aire beato sus mag-