sa SILLA
Titabeo; después, convencida que en su nombre no estaba su historia, respondió con modo suave ya:
Mellamo Rosa, para secvirla.
—¿Y su hijito?
—No tiene nombre, dijo, vuelta á su aire huraño y duro, -
—No conocería por aquí, quien quisiera la- var y planchar ropa de señora y de niña? Vo pagaría bien ese trabajo. ¿No se animaría 4 hacerlo usted, Rosa?...... Los tiempos son du- ros para las mujeres. Yo también trabajo: soy maestra, la maestra de muchos niños que. que viven aquí cerca
De pronto, tontándole fuerte las manos pa- ra que no se le escapase, y mirándola fija- mente, díjole con una voz tan persuasiva que parecía dominante:
Sé su historia Rosa, sé su desgracia, sé su abandono y su miseria; sé sobre todo su edad.... Penetro sus intenciones, me doy cuenta del :ovimiento de indignación que le ha hecho desechar con violencia el socorro de la señora que vino antes que yo; sus amones- taciones y sus consejos. Sólo oyó usted el nombre, y no podía saber que quien se los traía era una santa. Pero yo no soy lo mis- mo; soy simplemente una muchacha como usted, mi pobre Rosa; tán pobre como usted v más aislada, porque no estoy enmi propia tierra, porque el mío es el aislamiento del ex- traujero. . Y para que vea más claras nues-