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STELLA E que ella pronunciara, Sin darle tiempo 4 que volviera á su actitud huraña, agregó:

—¿Podría usted indicarme dónde estoy, ó más bien el camino que «debo tomar para ir 4 la iglesia del pueblo?

Levantóse, Porla ventana, no más grande que la de la casa de muñecas de la Perla, se- ñaló una dirección, y con una voz apagada, <omo olvidada de sonar, contestó:

—Por allá... ¿ve dónde están esas vacas? quedau las casas de don Máximo tapadas por los árboles... después dobla 4 la iz quierda, y de ahí no más va 4 divisar las torres.

Alex la contemplaba en su juventud con- movedora. A la luz cruda del día que entra- ba por la ventana, estaba en su elemento esa fresca for campestre, que el dolor no había conseguido marchitar, Su cutis mo- seno era terso, puro, sin una mancha; sus cabellos muy negros, lacios, recogíanse en naa negra trensa; cejas muy finas limitaban una frente wnida y estrecha de dos ojos obscuros admirables, rasgados como los de las gacelas, con una expresión también igual: azorada y errante, ó dulce y sumisa, En una boca roja y graciosa se adivinaban escondi dos lindos dientes; su figura era pequeña.

Alex sentía apretado el corazón y maravi- lados los ojos, cuando le preguntó:

—Es usted más guapa que yo, si vive sola aquí... ¿Cómo se llama?