SIBELA sal su padre deseaba que aprendiera á admini: tratla, para ver de sacarlo de su existencia de holgazán fastuoso. Llevóla al pueblito, y silila tuvo hasta que duró el capricho. El día que se aburrió de la niña y de la estan- cia, se fué á Buenos Aires, mandándole veinte pesos con un peón.
En el entorpecimiento que sigue á las gran des sacudidas del alma, obedeció dócilmente al instinto que la llevaba á refugiarse en su padre, No lo encontró; se había ido 4 bus- car trabajo lejos, donde no lo conocieran, y el puesto estaba ocupado ya. La madrastra, ue no había seguido al viejo, quedóse de intrusa en un rancho abandonado y la reco- gió. Mujer de cincuenta años, no era mala, pero bebía para «ahogar penas» y pasaba la vida en el embrutecimiento de su embriaguez. La taciturnidad silenciosa, la pasividad ab- soluta en que permanecía la pródiga, le pa- recía cómoda; iba, venía, lavaba, cocinaba, hacía todos los trabajos siempre muda, sorda, ciega. A los seis meses fué madre casi sin dolor, y tavo un momento de locura en el que quiso matar al padre en el hijo. La madrastra concluyó por irse en una última. aventura, y ella quedó allí, solitaria, des- amparada y en la miseria.
El cura conoció el caso, y se lo hizo saber á Dolores, seguro que su bondad responde y asi fué,
Habíala aquella eaconti
do en la misma