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la estancia de Luis, otra vez. Le pagaré el viajecon anticipación y le daré una buena propina.

Seabrazaron afectuosísimas, y Alex bajó del carruaje, detenido como á la media cua- dra de un rancho. Dolores la siguió con los ojos hasta que entró en él. Después dió orden al cochero de llevarla 4 la estación. Ñ

Alejandra no creía hacer acto de caridad heroica, al acudir en auxilio de la criatura que vieron sus ojos al abrirla puerta de su miserable hogar, nido de hornero de barro y paja. Alcontrario: ¡le parecía tan humano y tan natural! Su encanto estaba justamen- te en la naturalidad delicada que ponía en todas las cosas, ¡en las más grandes como en las más pequeñas, que provenían de su es- pontaneidad, y que se hacía remarcable en ese instante, en la manera de llamar á esa pobre puerta, de entrar á ese cuarto sombrío, de dejar caer su mano fina, larga, aristocrá» tica sobre el hombro de la mujer que de es- paldas á la puerta, sentada en una silla ba- ja y rota, con la frente enterrada entre sus manos, allado de un catre sin colchón sobre el cual dormía un niño, no volvía la cabeza al ruido de sus pasos.

Era la hija de un antiguo puestero de don Luis. Bonita, ingenua, honesta, no tenía quince años euando conoció Enrique, el hijo del patrón, que la sedujo. Aquél había venido á la estancia el año anterior, porque