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318 STELLA

los cascotazos de los chicos para alejarlo desde que viniera al mundo—el agradecido Tintín—era ahora el favorito, el mimado 4 quien se le daba azúcar y se le adornaba con collares de cintas, desde el día en que lajange- lical criatura sintió en su corazón piedad por él y dijo: «¡Alex, aleánzamelo, ponlo aquí¿á milado, al pobrecito!»

Y así fué con la urraca de la pata quebra- da, el jorobadito Juan, los: gatitos que iban 4 arrojar al mar.

Cuando veían que sus labios iban 4 abrirse para decir algo, callaban como por una orden anterior, desde el más grande hasta el más chico, desde el más revoltoso al más tranqui lo, como si alguien les hubiese advertido al- guna vez, que ese pecho delicado no podía esforzarse sin peligro. La cuidaban del sol, del viento, de todo aquello que en su opinión, que á su:edad es un instinto, pudiera hacerle mal. Jamás teuía ninguno para ella una pa- labra áspera, un gesto brusco, una negativa 6 unreproche; sus vocesitas se bajaban, sus palabras se dulcificaban, sus gestos se suavi- zaban cuando estaban cerca de ella. Las anti guas penitencias habían sido tragadas por la terrible y única: no jugar, no pasear, no estudiar con Stella, centro de ese pequeño imundo.

—A mi padrino nadie le dice que no, asia- tió la Perla, muy segura delo que decía,

—Unicamente Alex, observó Albertito, ha-