La risa inusical de Stella recorrió toda la escala.
Tomó con sus dos «ledos lo que encerraba
- mano, y lo levantó sonriéndole con amor,
De unas minúsculas argollas de oro, colga- ban dos dientitos de niño. Stella, al som del aire, los hizo bailar,
— ¡Mira qué ricos, mira qué monos! Son los primeros dientes de Alejandra.
Inmediatamente, Máximo estiró su mano abierta, y la niña dejó caer en su ancha pal- ma sus tesoros, como dos gotas congeladas de rocío, Sus cabezas se agacharon para “arios, confundiendo sus cabellos y sus alientos en esa contemplación.
—¡Ahl exclamó muevamente la niña, en quien acababa de nacer una idea. Sus manos volvieron á tomarlos, y después de acariciar con los ojos á uno de ellos en una última despedida, se lo ofreció, diciéndole:
—Ya tengo qué dejarte en recuerdo, pa- drivo querido. ¡Guárdalo; es tan bonito, y es de Alex! concluyó, convencida que el ser de Alex le daba un valor inapreciable.
Máximo lo colocó 4 su vez, con gran tra- bajo, entre su pulgar y su fadice, lo que pro- vocó otra carcajada de Stella, ya muy con- tenta:
—¡Parece, padrino, que fueras 4 tomar tapél
En el fondo de la avenida aparecía la pro- cesión.