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STELLA 30

—El retrato de mamá. ¡Qué linda! ¿es cier- to? Ninguna es más linda que ella. Y este se Bores mi papá, y también el papá de Alex. Esta es una flor de los Alpes que recogió mi mamá... una navecita de oro y una estre- lla de diamantes, regalo de mi padrino, que se llama Fridtjof Nansen.... Y aquí tienes una perla, que la Perla sacó para mí de su collar... una medallita de la Virgen de Lu- ján que me colocó abuelita; y Dolores, este lindo Niño Dios de Praga... la canastita llena de racimos de esmeraldas y amatistas que me dieron Rodolfo y Ana María.

Al llegar á una cruz sencillísima de oro liso, sus manos la tomaron con gran devo- ción:

—El Papa dió á mamá y á papá esta cruz,

«Para suchiquita, para su hija Stella» me cuen- ta Alex que le oyó decir... Sábes quien es el Papa, tú, padrino?..... Es un señor viejito que vive en Roma y se viste de blanco. Es el papá de todos los de la religión de mí mamá, que es la misma de abuelita y de Do- lores; y también la de Alex y también la mía, y-... no la de papá, ¡Pero papá está en el cielo con mamá!.... ¿Máximo, cuál es tú re- ligión?

Quedóse él confuso... No 0só pronunciar la palabra que á ella le hubiera parecido sacrilega: eninguna», y moviendo la cabeza sonrió y le dijo:

—Esa misma; la de tu mamá y la de Alex,