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STELLA Ed viajaba.... Máximo esperaba con avidez lo que había ido ella á recoger en esa excursión lejana.

—El alma de muestro padre está en el cie- lo—repitió en el tono firme de quien está se- aro de lo que cree.—¿Y el alma de sus pe- rros dónde está?. .... Alex dice que ellos eran

mansos, y eran guapos, y eran heles; que eran.

bravos para defenderlo y no lo abandonaban nunca en el peligro... ¿Crees tú, Máximo, que nuestro padre ha podido abandonar el alma de sus perros?.... ¡Ab, no! sus perros se han ido con él

Una sensación integsa hasta la angustia producía en Máximo ese maravilloso espíri- tu, al que inflamaban el pensamiento y el re- cuerdo. Parecíale oir una cuerda de oro de- masiado tendida vibrar al aire, y el temor de verla estallar oprimía su corazón y hacía más amplios sus latidos.

—Yo no estoy triste por él, sino por Alex... Yo comprendo padrino, muchas cosas; ya soy grande, tengo ocho años. Cuando me siento cansada..... Cuánto cansa, padrino, no cami- nar! ... Cuando me siento cansada, me da miedo de dejarla también yo.

—¡No, Stella, tú no la dejarás! afirmó dl, habituado á vencer todo,

—Sino fuera por mi hermana, me gustaría irme al cielo.... Volvería á ver allí 4 papá, y conocería á nuestra linda mamá. Alex me ha contado como es la Gloria, y desde muy chi-