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STELLA 295 para recibir su cuerpo delicado, extendió la suya para recibir sus confidencias.

—Querida mía,—díjole en voz muy baja y muy suave; la voz con que se habla en las ho- ras de intimidad 4 la mujer amada, — debes sentirte enseguridad á mi lado, comfiarte 4 mí, 10 temer nada cuando esté yo cerca. . .Di- me lo que quieras, pero sin esforzarte, conven cida de que no necesitas decir mucho, porque sin habérmelo contado lo sé todo, y sufro por lo que tú sufres.

La niña cerró los ojos, y su semblante to- mó la expresión de una infinita paz; su cora- zón al compartir su pena, descansaba. Cuan- do Máximo la vió así, abandonada en su pe- cho, con las pestañas proyectando su sombra sobre las mejillas pálidas, de la palidez le sus camelias, creyó tener en sus brazos á un ser irreal, y se detuvo en la dulzura de esa con- templación

Reinaba un gran silencio....... la voz del war llegaba de muy lejos.

Comenzó á hablarla: le narró, eligiendo palabras muy tenues, lo que ella no tenía la

uerza de contarle. Enseñábale la absoluta confianza, y su acento la inundó de su dul- zura.

Abrió los ojos, se incorporó, y continuó en- tonces revelando á Máximo lo que Máximo había empezado á revelarle, mezclando im- presiones, ideas, sentimientos y sensaciones Pueriles, y profundas, tristes y alegres, natu-