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STELLA


" que hubiera podido aspirar á la luna sín embargo, segura de que Máximo iría 4 bus- carla—eligió:

—¡Un conejito blanco!

Alex, Máximo y Albertito adivinaban que quería pedir algo más, sin atreverse; la ani maron, y entonces agregó:

—Pero es.... es que tendría que darme también á la mamá, porque él es todavía muy chiquito.

—;Todas las madres y todos los hijos, to- das las generaciones presentes y futuras de conejos de la Atalaya y sus alrededores son tuyas, delicia de las delicias!

No habían cesado las risas de Alex y AL bertito, á quienes causaba gracia el entusias- mo del viejo tío, cuando volvieron á comen- zar. Aquél había sentido que le tiraban del saco, hajó los ojos y se encontró con los dien- tes blanquísimos de Muschinga, que se los exhibía al sonreirle con un aire que pedía disculpa por la confianza.

—¡Ah! pequeño tizón travieso, ¿eres tú? Te habíamos olvidado; pide, pues, ta parte.

—Yo quiero muchas uvas de esas grandes del parral.

—La Muschinga 6 el. «Castrónomo sin di- nero» dijo Alex, bajando las gradas, seguida de todos los chicos, que iban en corporación á buscar el conejito de Stella, quien se queda- ba con Máximo en la terraza. Elvirita prendió. se de uno de los brazos de su tía, y del otro