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xv

Máximo y Alex habían permanecido largo tiempo silenciosos, dejándose compenetrar de todo el perfume de santidad heróica de la vida de Juan Beltrand,

Pasado ese tiempo, reuniéronse á los niños que habían invadido la terraza del piso bajo. Stella colocada por Alhertito en una silla-lar- ga, mueble y cómoda, conversaba muy ani- mada con los otros, sobre las impresiones tan variadas recibidas en la «Atalaya».

En cuanto vieron aparecer á Máximo, de- jaron caer sobre él la lluvia de sus pedidos: «Yo un petizo»... «Y yo otro petizo»... «¿Y yo?.. ¡otro petizo también!»... Y una ga- mita azorada, y un feisán todo de oro, y una cabra de Angora.... ¡Y la Perla el pavo real!

Alex, que veía un deseo en Stella, le dijo:

—¿Y tú, mi hijita, que no sabes pedir, qué

pides? Dilo al padrino de la Perla, á tu amigo Máximo. — ¿Qué quieres de Máximo? preguntó éste. Doblando de cortedad su cabecita—ella