STELLA ES bres que conversahaná cierta distancia, de espaldas á la puerta de la casa. Lchéá an- dar muy ligero, me vieron, y empecé á correr. Me perseguían. Cotrí, corrí, y después de una carrera loca, me dejé tomar. En mi plan entraba que se me sospechara hu yendo. .
Me fué muy fi ticia, negándolo, que mi hermano estaba au- sente, y que yo, su mellizo, había tratado de escapar.
Callé el móvil del crímen. ¿Sabía yo acaso cuálllevó á mi hermano á matar 4ese hombre?
hacer enteader 4 lajus:
¿Para qué necesitaba saberlo? Yo era sólo el instrumento de salvación que Dios enviaba Ami farailía y nada más.
Estaba rendido; me dormí. Antes aleancé á oír lo que conversaban los guardianes en el patio de la prisión. «Mira lo que son las cosas: si Antonio y Jacobo no lo ven salir de la casa, se escapa y paga el inocente, con «uien son iguales como dos gotas de agua». «Seguramente que este pillastre tenía la idea de aprovechar del parecido, y que se tomara al otfo. Pobre don Pedro; tan bueno como. es y con tantos hijos.»
Me condenaron. Vinieron él y mi madre 4 la prisión; su silencio me dijo que aceptaban mi resolución.
¡Desiguio de Dios, que en sú infinita pre- visión y sabiduría quiso hacernos iguales para salvarte!» dije á Pedro al abrazarlo.