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SPELLA vil

Acercar su corazón ú ese Btro corazón hospi- talas


Estaba subyugado por la proximidad de esa criatura, que le parecía ser la recibir su confidencia, de escuchar lo que na- die había escuchado hasta entonces, Era la misma sin embargo, que seis meses antes ha- bía juzgado una casquivana de alto vuelo.

—¡Cómo ha sabido usted interpretar ese carácter! continuó Máximo. Es cierto, ese hombre no vacilaba..... Oiga uno de sus ras- gos. El año S0, en los días que iba 4 estallar una revolución sangrienta, llegó de la estan- cia, y con su decisión habitual empezó á ha- blarme, en el temor de que el entusiasmo de la juventud porteña me arrastrara, «El hom bre debe dar su vida 4 las causas patrióti cas, repetía, pero es éste un movimiento es- téril». «¿Si estuviera ya comprometido?» pre: guntéle yo. «Entonces estarías aquí fuera de tu puesto». Y sin decir más, me condo e en su carruaje al improvisado cuartel. Y yo era todo para él, Alex, y sólo tenía diez y ocho años. Y su bondad era extensa como su voluntad. .... Apesar de mi distinta apreciación de muchas cosas, influyen en mí sus opiniones. En medio del desprecio que en general me inspiran los hombres y la vida, mesiento atado al deber porque él lo ama- ba. .... un día quise ser algo por él, darle mis éxitos en homenaje á su virtud y á su cariño; 4 él le hubieran pertenecido.