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20 STELLA

Todo lo que he sido y lo que he podido ser, se lo debo á mi padre, y para debér- selo todo, por él he conocido el dolor. Sí; hau pasado muchos años, y su abrazo de despedida al morir, es todavía mi conmoción más violenta, y mi penas más profunda, Mi culto es su memoria,

Alejandra permanecía de pie, escuchando en una pisdosa atención el relato que iba reavivando el corazón de ese hijo, del que brotahan los recuerdos como chispas de un pedernal. Parecíale otro hombre; y muy diferente del hombre irónico, incisivo, pesi- mista y burlón, de conversación brillante y voluntariamente superficial que estaba acos- tumbrada á tratar. Siempre había creído que escondía mucho, algo de ello había en- trevisto, pero no sospechaba tanta sensibi- lidad en él, tanto fuego sacro; fuego, cuyo calor llegaba basta ella.

Creyó ver á su alma sacarse una máscara, y que recién ahora tenía delante, la verda- dera, la única alma de Máximo Quiroz.

La fuerte impresión la empalidecía; así pátida, con los ojos bajos, los lábios entre- abiertos, pareció 4 Máximo un hermoso már- mol que llegaba para agruparse entre los suyos. El, cuyo seríntimo vivía eternamente replegado, y en cuya vida cristalizada prohi bíase 4 sí mismo penetrar, dejábase llevar por una necesidad irresistible de confesar su alma envejecida con esa alma virgen, de