STELLA EN
Mirándola 4 los ojos, para que no se exe sara, le contestó, sonriendo Á su graci
—Lo haré después que me deje leer usted lo que está escribiendo.
Tuvo ella una pequeña conmoción de sor» presa que no escapó á Máximo, y 4 la que respondió, como si respondiera 4 un niño:
(o me lo han contado ni Emilio, ni tío Luis. Me lo ha contado el viejo tio; el mis- mo viejo tío. ... Le confieso, Alex, mi delito: aver leí una página de las muchas que había
sobre su mesa.
—Mis chicos habían sufrido una seria pe- miteucia por algo parecido, dijo interrum- piéudolo, ¿No sabe usted que leer lo ajeno es también robar?.... Roban los ojos; y lo más íntimo y lo más preciado.
—¡Una sola! fuó una sola nada más, querida ahijada. Y es este mi primer delito.
Su actitud de humilde arrepentido, des- granó las cuentas de cristal de su risa:
— Agradezco la excepción. Perdono sí, pe- ro prométame usted, gran nene, que será la última vez,
—Tendré siempre una disculpa á mano aun reincidiendo: nadie me ha inspirado nun- ea mayor curiosidad que usted.
—No he tenido la idea de ocultar lo que hago, ni tampoco la de contarlo, salvo á usted, que recordará le hablé hace unos días de un trabajo que me interesaba enorme mente, y que deseaba consultarle. Me refería