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—Elijo un ausente y an ejemplo vivo de lo que acabo de decirle, El autor de estos li bros ha sido médico, político, ministro, di plomático, todo, menos lo que es antes que todo: un escritor. Aquí tiene usted un fruto de sus viajes; fruto amargo de los que han visto demasiado. Este otro: libro de la ju ventud, eacantalor de frescura y buen hue mor, Vea su título: «Tiempo perdido. Eduardo Wilde.» ¿No hay en él la pudorosa disculpa dde haberlo empleado en la insignificante tarea de transmitirnos con espíritu su pen- samiento y su observación? Así son los demás, se alanan por convencernos de quelo gastan en cosas más serias y más útile

Cruzó ella sus manos, dió á sus ojos, á sus labios, á toda su figora la expresión de una coquetería iofantil, y pidióle: ¡Viejo tío, deseo tanto conocer su tiempo perdido! ¡Ah! no se niegue... ¿Por qué ocultar, á Alex, sus dcbilieades?. .... Me lo han contado Emilio y mi tío Luis, Sin ellos lo habría sabido de todas maneras, porque en su narración entreveo lo que debe ser su prosa.

Hablaba con una gran animación, y él la escuchaba con interós creciente, sin fijarse que del hablaba. Iban reconociéndose, como dos individuos de una misma raza que se en- cuentran en un país extraño,

¡nuó; déjeme ¡er algo de lo que usted escribía cuando tenía mi edad.