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E STELLA.

manteniendo el cuerpo recto y un poco inmó- vil. Después de este tanteo en que parecieron observarse, hizo uno de ellos, un zapateo rui- doso y difícil á que respondió el que esperaba, <on otro nn poco más violento.

De todos los fogones acudieron á presen- ciar la prueba. A cada mudanza debíase res-

ponder'con otra que no fuera” semejante, hasta agotar el repertorio y cansar la af

lidad. A medida que se prolongaban los esfuerzos crecía la atención. Los aplansos se contenían difícilmente delante de una pi- rueta gallarda. El respeto á Máximo y 4su compañera contenía los dichos y las estimue Zaciones partidarias.

Un entusiasta'no pudo menos 'que exlamar: «¡van á retrucarse hasta envejecer!»

Míximo intervino y previo obsequio, decla- ró que ambos eran de igual fuerza.

Volviéronse; los niños desearon quedarse en el jardín, y ellos dos subieron al piso alto.

«Quiero que admire mi gran cuadro», habíale dicho Máximo.

Una vez arriba, detuviéronse en la ancha terraza que avanzaba sobre el parque. Lanzó ella un grito de admiración ante ese gran cuadro: la Pampa, el Mar, techado todo por un cielo de ópalo.

—¡Obra portentosa! exclamó cuando su admiración se hizo tranquila.

Dos puertas daban 4 la terraza; por una